El sueño de una Internet libre, abierta, plural y con neutralidad informativa quedó en debate ante los nuevos hechos. ¿Al bloquear la cuenta de Donald Trump, las redes sociales dejaron de ser intermediarios de la información subida por sus usuarios, para convertirse en medios con opinión política propia y línea editorial independiente? ¿Dónde se traza la línea entre la censura, bajada política y la prevención de actos violentos?
El pasado 7 de enero, Facebook indicó que bloquearía por tiempo indefinido la cuenta del presidente saliente de Estados Unidos, Donald Trump, medida a la que adhirieron Twitter, Instagram y Snapchat. La decisión se originó en la publicación, por parte del político, de mensajes que fueron considerados por la red social como una incitación a la violencia, en el marco del ataque al Capitolio.
No es la primera vez que la compañía toma este tipo de determinación. En agosto de 2020, por ejemplo, Facebook borró 790 mensajes de grupos asociados el movimiento QAnon, que a su vez está relacionado con los eventos que condujeron al bloqueo de la cuenta de Trump. En esa oportunidad, Facebook declaró que la decisión había sido tomada porque, si bien los usuarios pertenecientes a los grupos pro-QAnon no organizaban de manera directa actos violentos, sí los apoyaban y, además, varios de ellos contaban con “patrones de comportamiento violento”. Un par de semanas antes de que Facebook ejecutara la eliminación de dichos grupos, Twitter y TikTok habían implementado medidas similares, bloqueando cuentas y hashtags ligados a las teorías conspirativas difundidas por QAnon.
Según la compañía liderada por Mark Zuckerberg, los motivos que los conducen a bloquear una cuenta son claros: “Reconocemos la importancia de Facebook como un espacio en el que las personas se sientan libres para comunicarse y, por ello, tomamos muy en serio nuestra responsabilidad de mantener nuestro servicio libre de abusos”. Para lograrlo, la compañía desarrolló un conjunto de Normas Comunitarias basado en los comentarios de los usuarios de la red y en las recomendaciones de expertos en tecnología, seguridad pública y derechos humanos.
De esa manera, Facebook apunta a prevenir daños en la vida real que puedan estar relacionados con publicaciones realizadas por usuarios. “Eliminamos el lenguaje que incita o da lugar a actos graves de violencia. En los casos en los que consideramos que existe riesgo real de daños físicos o amenazas directas a la seguridad pública, eliminamos el contenido, inhabilitamos las cuentas y colaboramos con las autoridades competentes”, indica el portavoz de la compañía.
“No permitimos la presencia en Facebook de ninguna persona u organización que reivindique una misión violenta o cometa actos de violencia. En Facebook no admitimos el lenguaje que incita al odio porque crea un ambiente de intimidación y exclusión y, en algunos casos, puede fomentar actos violentos en la vida real”, concluye el vocero.
Otro caso atravesado por la sombra de censura por parte de las redes sociales hacia la libre expresión de sus usuarios ocurrió en octubre de 2020, cuando tanto Twitter como Facebook restringieron la circulación de un artículo publicado por el New York Post acerca del entonces candidato presidencial Joe Biden, que -entre otras cosas- lo vinculaba con supuestos actos de abuso de poder. En esa oportunidad, Facebook expresó que había limitado la divulgación de la noticia de manera preventiva hasta tanto se verificara su contenido. Por su parte, Twitter fue blanco de grandes críticas ya que bloqueó el enlace de la noticia sin dar ningún tipo de explicación a sus usuarios. Si bien un par de horas después de implementada la medida la red social explicó los motivos de su decisión, Jack Dorsey, su presidente ejecutivo, admitió que había sido un error no haberlos comunicado con anterioridad.
Este último caso es representativo de un fenómeno que se conoce como “efecto Streisand”. El origen de ese nombre radica en la denuncia que la artista estadounidense Barbra Streisand les realizó en 2003 al fotógrafo Kenneth Adelman y al sitio web Pictopia por la publicación de una fotografía aérea de un sector de la costa de California, donde podía verse su casa. La actriz y cantante afirmó que, al publicar la foto, se había violado su privacidad. La imagen de la discordia, que no había tenido gran difusión hasta que Streisand realizara la denuncia, se volvió sumamente popular a partir de ese hecho.
El análisis del hecho demuestra que la censura no impide la viralización de contenidos, sino que -por el contrario- amplificó aun más los mismos, generándose así el “efecto Streisand”. Por lo tanto, más allá del necesario debate acerca de cuáles son los límites entre la censura y la protección de la privacidad o la prevención de hechos de violencia, la realidad parece indicar que, a fin de cuentas, todo aquello que pretende ser censurado no hace más que adquirir una mayor exposición.