Bajo el argumento de corregir décadas de desequilibrio comercial, el Presidente de EE.UU., Donald Trump, anunció una orden ejecutiva que impone aranceles recíprocos de hasta el 50% a más de 150 países. Aunque luego se declaró una pausa de 90 días en la mayoría de las tarifas, excepto a China, que quedó sujeta a un arancel del 125 %, la medida revela nuevas reglas del juego en el contexto económico global.
Donald Trump proclamó el pasado 2 de abril el “Día de la Liberación Económica” de Estados Unidos. Bajo la figura de emergencia nacional contemplada por el International Emergency Economic Powers Act (IEEPA) de 1977, el mandatario estadounidense anunció un esquema de nuevos aranceles que redefine la política comercial de su país y sacude las estructuras del sistema multilateral que lo sostuvo por casi ocho décadas.
La medida establece aranceles recíprocos mínimos del 10% y máximos del 50% a productos provenientes de países con los que Washington considera tener relaciones comerciales desventajosas. En palabras de Trump, se trata de “corregir décadas de abusos”, tanto de aliados como de adversarios, e impulsar una nueva etapa de “independencia económica”.
El contexto latinoamericano: entre la amenaza y la oportunidad
En caso de reanudarse la decisión de Trump, para América Latina las consecuencias son mixtas. En principio, México, como parte del T-MEC (el tratado comercial con EE.UU. y Canadá), queda excluido del nuevo esquema arancelario.
Según un informe de Grupo Bursátil Mexicano (GBM), entre el 80% y el 90% de las exportaciones mexicanas cumplen con las reglas de origen del T-MEC, lo que protege a ese país del arancel generalizado del 25% aplicado a bienes fuera del tratado. Esta situación no solo le permite mantener su competitividad, sino que incluso podría potenciar el fenómeno del nearshoring, ya en marcha en algunos sectores.
Sin embargo, el resto de los países de la región no correrían con la misma suerte. Salvo Venezuela y Nicaragua, que fueron adjudicados con aranceles superiores al promedio (15% y 19% respectivamente), la mayoría (incluida Argentina) enfrentaría un nuevo arancel del 10% adicional. En un contexto de caída de exportaciones y tensiones fiscales internas, esto representa un golpe no menor.
Argentina: impacto sectorial y señales de alerta
Aunque el 10% adicional puede parecer moderado en comparación con otros países (Vietnam, por ejemplo, recibió un 46%), para Argentina el impacto sería significativo. Estados Unidos es su segundo destino de exportaciones y el tercer proveedor de importaciones. Además, es el mayor inversor extranjero en el país. Según datos de la Cámara de Exportadores de la República Argentina (CERA), en 2024 se exportaron a EE.UU. más de USD 6.400 millones, representando el 8,1% del total nacional.
Los sectores más afectados serían aquellos con menor valor agregado y menos capacidad de negociar condiciones bilaterales. Carnes, pesca, agroindustria, vinos y productos forestales figuran entre los más vulnerables. Algunos de ellos, como el acero y el aluminio, ya estaban alcanzados por las medidas de la Sección 232, que impone un 25% adicional por razones de “seguridad nacional”.
Desde una perspectiva analítica, lo más preocupante no es el porcentaje en sí, sino la señal de creciente disparidad hacia las reglas del comercio internacional. Este tipo de decisiones, unilaterales y sin el respaldo de la Organización Mundial del Comercio (OMC), crean un entorno incierto para países como Argentina, que dependen de previsibilidad para su inserción en el mercado global.
En este nuevo escenario, cada país competidor directo de Argentina también enfrenta sus propios aranceles. Pero eso no garantiza una mejora relativa. Según el CERA, el impacto final dependerá de cómo quede posicionada Argentina respecto a sus rivales sectoriales, especialmente en bienes sensibles como carnes o productos industriales.
Un sistema multilateral en jaque
Uno de los elementos más llamativos de esta política es su potencial efecto dominó. Si otros países deciden responder con medidas retaliatorias, se corre el riesgo de una escalada arancelaria que reviva las dinámicas de la guerra comercial de 2018, pero esta vez con un alcance mucho mayor. La OMC, llamada a regular este tipo de disputas, ha permanecido en silencio.
Desde un punto de vista sistémico, esto podría marcar un quiebre definitivo en el comercio tal como lo conocíamos. Se abre paso una lógica de acuerdos bilaterales o bloques regionales cerrados, en la que el poder de negociación es cada vez más importante. Y ahí, países como Argentina quedan en clara desventaja.
Estrategias comerciales competitivas
De reanudarse la medida impuesta por el gobierno de EE.UU., el desafío inmediato para Argentina sería doble: mitigar los efectos de estos nuevos aranceles y diseñar una estrategia de inserción más resiliente. Esto implica desde medidas de política interna para mejorar la competitividad (como la devolución de IVA exportador, reducción de costos logísticos y acceso al crédito) hasta la revisión de sus actuales acuerdos comerciales. Las oportunidades pueden surgir, por ejemplo, en terceros mercados donde la salida de competidores asiáticos deje espacio a proveedores latinoamericanos.
Pero para que eso ocurra, se necesita una estrategia comercial de largo plazo, basada en inteligencia de mercados, innovación y consenso político. Las oportunidades existen, pero sin un rumbo claro, el mundo nuevo que se abre con este anuncio de Trump puede volverse desafiante.