En esta columna Daniel Chinko, Business Development Manager para toda la región de Agencia Quiroga, reflexiona sobre la forma en la que la era digital, la tecnología y las redes sociales han convertido a los niños en fenómenos virales; planteando temas como la hiperconectividad y la necesidad de equilibrar la diversión con la protección a la privacidad.
En la era digital, donde la tecnología y las redes sociales juegan un papel fundamental en la vida cotidiana, los niños no están exentos de este fenómeno. Sin embargo, lo que nunca imaginé fue que mi hijo, con su carisma y expresividad natural, se convertiría en un fenómeno viral conocido como “stickers”. Este término, que para muchos puede resultar novedoso, se ha convertido en una parte esencial de la comunicación en aplicaciones de mensajería como WhatsApp y Telegram.
De la cotidianidad a la viralidad
Todo comenzó de manera casual. Una tarde, mientras jugábamos en casa, mi hijo hizo una serie de caras graciosas y expresivas que decidí capturar con mi teléfono. Sin pensarlo mucho, compartí esas fotos en un grupo familiar de WhatsApp. La reacción fue inmediata y sorprendente. Los miembros de la familia comenzaron a usar esas imágenes para expresar emociones y respuestas en sus conversaciones.
La creatividad no tardó en hacerse presente y, casi sin darme cuenta, esas fotos se transformaron en stickers personalizados que empezaron a circular más allá de nuestro círculo cercano. Amigos de amigos comenzaron a utilizarlos y, en cuestión de días, mi hijo se había convertido en un pequeño ícono de la mensajería instantánea.
La magia de los stickers
Los stickers se han convertido en una forma popular de expresión en la comunicación digital. Ofrecen una manera divertida y visual de transmitir emociones y reacciones sin necesidad de palabras. Mi hijo, con su espontaneidad y autenticidad, encarnó perfectamente esta tendencia. Sus expresiones, que varían desde la sorpresa hasta la alegría desbordante, capturaron la esencia de lo que significa ser niño.
Además, el uso de estos stickers no solo ha servido para añadir un toque de humor y ternura a las conversaciones, sino que también ha reforzado los lazos familiares y de amistad. Cada vez que alguien utiliza uno de estos stickers, se genera una conexión instantánea, un recordatorio de momentos compartidos y de la alegría genuina de un niño.
Reflexiones sobre la privacidad y la exposición
Si bien es gratificante ver cómo algo tan sencillo puede tener un impacto tan positivo, también he reflexionado mucho sobre las implicaciones de exponer la imagen de mi hijo en el ámbito digital. La viralidad puede ser una espada de doble filo. Por un lado, ha traído risas y ha fortalecido vínculos; pero por otro, me ha llevado a cuestionar los límites de la privacidad en la era de la hiperconectividad.
He tomado medidas para asegurarme de que la imagen de mi hijo se use de manera respetuosa y controlada, y he aprendido la importancia de equilibrar la diversión con la protección de la privacidad.
“Mi hijo es un sticker” es más que una anécdota divertida, es un reflejo de cómo la tecnología y la comunicación evolucionan constantemente. Es un recordatorio de la capacidad humana para adaptarse y encontrar nuevas formas de expresión, pero también de la responsabilidad que conlleva esta exposición. En un mundo donde la imagen y la comunicación visual tienen cada vez más peso, es fundamental ser conscientes de los riesgos y beneficios, y sobre todo, recordar que detrás de cada sticker hay una historia y una persona real.