Mientras que el FOMO se centra más en el miedo de perderse eventos o actividades, el FOBO se refiere al miedo de no estar presente en el lugar correcto en el momento adecuado, o de tomar la decisión equivocada sobre a dónde ir o qué hacer.
La agencia de comunicación digital e influencer marketing Be Influencers, que desde hace más de ocho años trabaja en Latinoamérica para empresas como Nike, Kenvue, Grido, Netflix, Hileret, Danone y Clorox, entre otras, realizó un detallado análisis sobre la soledad de la sociedad actual y sus consecuencias.
Puntualmente sobre la presión de mostrar experiencias en las redes sociales y vivir con mentalidad de contenidos. El famoso FOMO (Fear of missing out) de las redes sociales ya no es simplemente el miedo de perderse cosas, sino también de no generar cosas, aunque absolutamente nadie lo esté esperando. Podemos decir que pasamos del FOMO al FOBO (Fear Of Being Out).
Mientras que el FOMO se centra más en el miedo de perderse eventos o actividades, el FOBO se refiere al miedo de no estar presente en el lugar correcto en el momento adecuado, o de tomar la decisión equivocada sobre a dónde ir o qué hacer. En el contexto de las decisiones y eventos sociales, FOBO destaca la dificultad que algunas personas tienen para tomar decisiones por temor a que haya algo más interesante o valioso en otro lugar.
¿Acaso hemos perdido la capacidad de ir a comer a un lugar sin pensar en la foto del plato para Instagram? ¿Somos capaces de tomarnos unas vacaciones sin pensar en grabar videos para luego hacer un reel o tiktok que sintetice y muestre a todo el mundo lo felices que fuimos durante ese viaje? ¿Podemos ir a un recital sin grabar absolutamente todo lo que sucede? ¿Nos detenemos a pensar en esto en algún momento?
Podemos ver este tema también en los recitales tanto desde el público como desde las performances y la producción. Filmar en un recital pasó de ser el deseo de mantener un recuerdo a ser un commodity (o sea un producto fácilmente comercializable) y cómo los artistas se convierten en productos que el público busca comercializar en redes (especialmente en TikTok). Además, desde la producciones de los shows también se busca esto. Un ejemplo son todas las fotos y videos que vimos en los recitales de Coldplay con las pulseritas luminosas. Todo está pensado como contenido con un disparador para que luego las personas lo muestran en sus redes. La recompensa para las productoras es generar conversación alrededor de un show y para el público la visibilidad, los likes y atención de desconocidos.
A fines del año pasado, algunas personas dijeron sentirse presionadas por subir un reel a su perfil de Instagram resumiendo el año porque todo el mundo lo estaba haciendo. Esta persona no es influencer, no es creadora de contenido y no tiene absolutamente nada que ver con este mundo. ¿Cuáles eran las consecuencias de no subir ese reel? Ninguna. ¿Alguien estaba esperando ese reel? Honestamente, nadie. ¿Qué pasa entonces acá? La presión de mostrar esas experiencias. Es como si hoy en día todos fuésemos un mix entre periodistas, CMs y agencias de contenidos con un jefe invisible pero omnipresente que nos presiona a hacer más, más y más y al que nunca nada le es suficiente.
“En algún momento de nuestras vidas y sin darnos cuenta, empezamos a vivir experiencias con una mentalidad de contenido”, dice Juan Marenco, CEO de Be Influencers y miembro de la Comisión Directiva de Interact.
Muchas veces las redes sociales nos permiten sentir que tenemos algo que contarle al mundo y armarnos nuestra propia narrativa de nuestras propias vidas. Como sabemos, las marcas están paradas sobre el marketing de experiencias. Un dentífrico no es un dentífrico, es una experiencia de sabor y frescura. Un café molido que se compra en el supermercado no es un café, es una experiencia de empezar las mañanas de la mejor manera. Etc., etc., etc. ¿Y qué es lo que mostramos en las redes? Experiencias. Todo es una experiencia, todo es contenido.
Hoy en día, creemos que el mejor ejemplo de estas experiencias aspiracionales que solemos tener con mentalidad de contenidos es el viajar. Guillermo Oliveto lo expresa muy claramente en su libro Humanidad Ampliada. Dice: “En los últimos cuarenta años, y sobre todo en los últimos veinte, el viaje, por definición un suceso inasible y efímero, se ha transformado en un objeto. Algo que se anhela, se colecciona y sobre todo se muestra. Como ‘objeto’, o esas ‘no-cosas’ que reemplazan a las ‘cosas’ en términos de la definición de Byung Chul Han, ha despertado un deseo que no para de crecer”.
Por su lado, Natalia Alfonso, Cultural & Insights Manager de Be Influencers, cuenta: “Para cerrar este tema quiero plantear una paradoja. Las experiencias o no-cosas son, por definición, individuales, especialmente si esta pasa por nuestro smartphone personal. Quizás el mejor ejemplo son, nuevamente, los recitales. Poco a poco se va perdiendo el componente colectivo de conexión con el artista y las otras personas que van a escucharlo por el componente individualista de la mentalidad de contenidos. Pero, al mismo tiempo, vemos un resurgimiento de las comunidades digitales y el compartir gustos, pasiones e intereses por medios digitales. ¿Será que el componente comunitario está dejando de ser terrenal para pasar a ser digital? Es muy pronto para decirlo, pero es una posibilidad no muy alocada”.